Séneca
¨Nunca se debe gatear cuando se tiene el impulso de volar¨
Hellen Keller
Las efemérides de esta noche, seguramente revelaron datos interesantes a los oyentes: William Semple y el patentamiento de la goma de mascar en 1669; la muerte de Alexandre Gustave Eiffel en 1923 y el aporte invalorable de nuestro historiador amigo Carlos Ighina contándonos que trabajos de este eximio constructor existen actualmente en Córdoba. Y como nos parece sumamente interesante poder difundir la historia de nuestra Córdoba, incluiremos el informe en el lateral derecho del blog. La muerte en 1937 de Maurice Ravel y la impactante historia de los derechos de ¨El bolero de Ravel¨.

Otra vez la magia de la palabra y las manos de Rubén danzando al aire, y los ojos presagiando un final que enseña y nos brinda una reflexión. Gracias Rubén.
LA HISTORIA DEL AIRE DE LA NOCHE
Cuando los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los más primeros, se pensaron cómo para qué iban a hacer lo que iban a hacer, hicieron una asamblea donde cada cuál sacó su palabra para saberla y que los otros la conocieran. Así, cada uno de los más primeros dioses iba sacándose una palabra y la aventaba al centro de la asamblea y ahí rebotaba y llegaba a otro dios que la agarraba y la aventaba de nuevo, y así como pelota iba la palabra de un lado al otro hasta que ya todos la entendían y entonces hacían su acuerdo los dioses más grandes que fueron los que nacieron todas las cosas que llamamos mundos.
Uno de los acuerdos que encontraron cuando sacaron sus palabras fue el que cada camino tuviera su caminante y cada caminante su camino. Y entonces iban naciendo las cosas completas, o sea, cada quién con su cada cual. Así fue como nacieron el aire y los pájaros. O sea que no hubo primero aire y luego pájaros para que lo caminaran, ni tampoco se hicieron los pájaros primero y después el aire para que lo volaran. Igual hicieron con el agua y los pescados que la nadan, la tierra y los animales que la andan, el camino y los pies que lo caminan.
Pero hablando de los pájaros, hubo uno que mucho protestaba contra el aire. Decía este pájaro que mejor y más rápido volara si el aire no se le opusiera. Mucho rezongaba este pájaro porque, aunque su vuelo era ágil y veloz, siempre quería que fuera más y mejor, y si no podía serlo era porque, decía él, el aire se convertía en un obstáculo. Los dioses se fastidiaron de que mucho mal hablaba este pájaro que en el aire volaba y del aire se quejaba.
Así que, de castigo, los dioses primeros le queitaron las plumas y la luz de los ojos. Desnudo lo mandaron al frío de la noche y ciego debía volar. Entonces su vuelo, antes gracioso y ligero, se volvió desordenado y torpe. Pero ya hallado y después de muchos golpes y tropiezos, el pájaro éste se dió la maña de ver con los oídos.
Hablándole a las cosas, este pájaro, o sea el tzotz, orienta su camino y conoce el mundo que le responde en lengua que sólo él sabe escuchar. Sin plumas que lo vistan, ciego y con un vuelo nervioso y atropellado, el murciélago reina la noche de la montaña y ningún animal camina mejor que él los oscuros aires.
De éste pájaro, el tzotz, el murciélago, aprendieron los hombres y mujeres verdaderos a darle valor grande y poderoso a la palabra hablada, al sonido del pensamiento. Aprendieron también que la noche encierra muchos mundos y que hay que saber escucharlos para irlos sacando y floreciendo. Con palabras nacen los mundos que la noche tiene. Sonando se hacen luces, y tantos son que no caben en la tierra y muchos terminan por acomodarse en el cielo. Por eso dicen que las estrellas se nacen en el suelo.
Los más grandes dioses nacieron también a los hombres y las mujeres, no para que uno fuera camino del otro, si no para que fueran al mismo tiempo camino y caminante del otro. Diferentes los hicieron para estarse juntos. Para que se amaran hicieron los más grandes dioses a los hombres y mujeres. Por eso el aire de la noche es el mejor para volarse, para pensarse, para hablarse y para amarse.